Una noche cuya oscuridad podría perder a cualquiera... Lo único que veía Helena eran los ojos celestes de Felipe. Perdía poco a poco la esperanza. Pero al ver una gran construcción en la lejanía, se tranquilizó, y sin esperar respuesta dijo: ”¡Rápido, hay que entrar!“
La primera sala tenía una antigua mesa de algarrobo. Sobre ella, una pequeña lámpara de kerosene prendida. La niña iluminó el cuarto. Felipe tenía cada vez más miedo, sin embargo, Helena, tan segura de sí misma, lo calmó. Usó su frase preferida de hermana mayor: “Estoy aquí”.
Mientras exploraban la casa, ella encontró algo interesante: un espejo tallado muy antiguo. Cuando lo miraba, sentía como si la estuvieran observando. Estaba a punto de tocarlo casi hipnotizada, cuando el llamado de su hermano la hizo reaccionar.
Él había encontrado dos colchones y una frazada de terciopelo negro para pasar la noche, pero igual se sentía algo desconfiado todavía.
-¿No podemos dormir en otro lugar? - preguntó el joven -Hay algo en esta casa que me da miedo.
-No hay nada que temer, es seguro. Además, sabés que siempre te voy a proteger. - aseguró de manera entrecortada.
Felipe fue a buscar un lugar cómodo que no estuviera en ruinas. Helena se quedó mirando atentamente el fascinante objeto que había encontrado, como si su propio reflejo la sorprendiera.
El joven había encontrado lo que parecía ser la habitación principal.
Felipe estaba ordenando para poder dormir ahí, cuando el repentino grito de la voz de su hermana lo alertó. Corrió lo más rápido que su cuerpo le permitió. Allá no encontró más que oscuridad, la lámpara estaba rota y un mísero sonido que parecía una carcajada.
De pronto, vio un brillo sobre el cristal, corrió creyendo que eran los lentes de su hermana, pero era ese oscuro espejo, que reflejaba una sombra, una sombra familiar, con dos ojos brillantes. Y una voz que susurraba: “Estoy aquí”.
¡Muy bien, Luciano!
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